Al margen de lo común
VOLVERTE A VER
Daniela Castro Mireles.
Y así fue, un día de esos en los que como siempre venias a visitarme, recuerdo que la noche estaba muy fría porque había pasado todo el día lloviendo. Incluso cuando llegaste estabas algo mojado porque aun caían pequeñas gotas de lluvia y te recuerdo como si fuese ayer, con tu linda sonrisa, tus ojos oscuros, que siempre decían más que las palabras que salen de tu boca. Esa noche no podré olvidarla nunca y la guardaré como un bonito recuerdo a pesar de lo que trajo consigo.
Cuando me quedo en silencio suelo escuchar tu risa, incluso hasta tus palabras pero sobre todo las palabras de esa noche: “no te dejaré, pase lo que pase, nunca te dejaré". Es inexplicable como escribir de ti me pone un sabor amargo en la garganta, debe ser por ese día cuando supe que tu promesa no era verdad, que solo era promesa y te fuiste a ese sueño incierto de donde nadie ha vuelto. Pude sobre llevar el dolor y seguir guardándote dentro de mi alma y sin olvidarte nunca, los días siguieron su curso y todo iba pasando muy rápido. Un día de pronto desperté de madrugada, resulta que creí escuchar mi nombre en tu voz y recordé que era imposible porque no estabas y no podía ser así.
Luego las cosas se empezaron a poner más fuertes cuando un día cepillándome los dientes juré verte frente al espejo y no sentí alegría. Tus raras apariciones me estaban llevando a la locura, no me dejabas dormir ni estar con personas ajenas a ti porque perturbabas mi tranquilidad. Cuando me acostaba buscada algo en la oscuridad porque sentía tu presencia y no era agradable, tenía miedo de ti, a no querer estar sola, a conseguirte en una mirada perdida, miedo a no soportar la impresión de volverte a ver teniendo presente que era imposible.
Y volviste otra noche, me demostraste que hay cosas inciertas pero que pasan, que las promesas pueden traspasar la muerte y que nunca te dejaré. Es más grande que el miedo a diferencia del frio anterior de aquella noche lluviosa, este frio era más fúnebre, más misterioso, con algo de sudor, pulso acelerado, garganta seca, manos frías, el miedo en todas sus expresiones se había apoderado de mí; esta noche fue distinta porque sabía que algo estaba mal y así con ese terror interior te mire sentado a la orilla de mi cama, con tu sonrisa sarcástica y tu mirada, esa que me decía “tranquila”. Yo sin comprender empecé a gritar y me movía a todas partes diciendo repetitivamente -tu estas muerto, tu estas muerto-, cuando me dijiste “tenía que esperar que el dolor pasara para que no te obsesionaras con mi aparición. Me iré, solo vine a confirmarte que la promesa sigue en pie, que aunque no esté aquí, desde donde esté, te cuidaré. Y vine a decirte también que debes perder el miedo a las cosas sin explicación” y así como llego se marchó dejando ese frio que me traspasaba la carne y me bailaban los huesos, algunos días siento que alguien me acompaña pero desde ese día nunca más lo volví a ver.
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